Derecho negado
Estaba
sentada en el banco de siempre, debajo de un árbol del Parque Morazán,
terminando de fumar el cigarro de todos los días después de almuerzo. Tire la chinga al piso y la majé para que se
apagara, me volví a sentar en el banco a esperar a que se terminara mi hora de
almuerzo sin pensar realmente en nada, solo esperando al que el tiempo pasara.
Sin darme cuenta, un niño se había sentado a la par mía. Lo vi de reojo, porque
dicen que es una falta de respeto quedarse viendo fijamente a la gente, pero no
lo pude evitar porque estaba claro que este no era un niño que estaba esperando
a que su mamá lo alcanzara o saliera de alguna tienda. Andaba sucio, olía mal,
tenía tierra en las uñas, una pantaloneta que alguna vez fue azul, una camisa
muy grande para su talla y unas tennis
de las tortugas ninja, ya muy gastadas y sin cordones. Fue mucho el tiempo el
que me quede viéndolo, fue imposible que él no lo notara, así que me habló.
-
Muchacha, me regala algo?
-
Si tenga.
No
lo pensé mucho, saqué las monedas que tenía en el pantalón y se las di. No
podían ser más de 500 colones. Y así como llegó sin que lo notara, se fue con el
mismo sigilo. “Ni gracias dijo”, pensé.
Al
día siguiente, sentada en el mismo banco con el cigarro después de almuerzo a
punto de terminar, volvió el mismo niño con la misma historia, se sentó a mi
lado y me pidió algo. De nuevo, le volví a dar el menudillo que tenía. Pero me
quedé pensando esta vez, en qué se gastará esas monedas ¿Será que se compra
algo de comer? Pensé siendo optimista, cuando me sacudí a mi misma, “no seas tonta, Lorena, se lo
gasta en drogas”. Pero si es solo un niño, me respondí de nuevo. Pero supuse
que para los niños de la calle, la edad es lo de menos. Tuve todo un debate
interno.
Ya
para el tercer día, tenía un plan. Me senté en el mismo banco del parque y
fumé, esperando a que llegara el niño y justo cuando ya me iba apareció, de
nuevo de la nada y esta vez me tuvo que haber reconocido, porque me saludó con
un “hola” como si fuéramos amigos.
-
Hola muchacha, me regala algo?
-
Ya no tengo monedas, pero ¿Para qué las quiere, es para comer, tiene
hambre?
-
Sí, siempre tengo hambre.
-
Bueno, vamos y yo le compro la comida. ¿Qué le gusta comer?
Que
pregunta más estúpida, me dije de nuevo a mi misma; es lógico que ese niño
comería lo que le dieran y así nos fuimos caminando en silencio las dos cuadras
hasta Taco Bell. Quería hablar con
él, preguntarle muchas cosas, pero no sabía como hacerlo. Tenía miedo de
ofenderlo con mis preguntas. No quiso entrar al restaurante, me imaginé que le
daba pena por lo sucio que estaba y lo mas seguro es que el guarda no lo dejaría
entrar, así que pedí la comida para llevar y nos sentamos en la Plaza de
Cultura.
Comía
en silencio, muy rápido y a menudo se atragantaba con el burrito. Se chupaba la
salsa que le corría por los dedos, sin importarle los sucios que estuvieran. Yo
solo lo veía comer, seguía sin saber cómo conversar con él.
-
Gracias. – Me dijo cuando se terminó la última papa y se levantó para
irse.
-
Con gusto. ¿Cuál es su nombre?
-
Daniel.
-
Yo me llamo Lorena
Y
silencio. No dijo nada mas, se quedó viendo las manos y trataba de sacarse la
tierra debajo de las uñas.
- ¿Y
usted en donde vive?
- Por
ahí, en ningún lado.
- ¿Cuantos años tiene?
- Tengo 14
Era
pequeño, muy delgado y con unos ojos grandes y tristes. Habría jurado que no
tenía más de nueve. Caminaba con las manos metidas en las bolsas de la
pantaloneta y pateaba las piedras que había en el camino.
-
Si quiere, venga mañana otra vez al parque, y vamos a almorzar.
-
Bueno
No
era de muchas palabras.
Al
día siguiente estábamos de nuevo almorzando sentados en la Plaza de la Cultura.
Ese día comimos en Mac. “Talvez la
próxima debería darle algo que lo alimente, en lugar de estas cochinadas”,
pensé, pero de todas formas él se comía sus dos hamburguesas con mucho
entusiasmo y ya no tenía las manos sucias.
-
Me las lavé antes de venir. – Notó que le estaba viendo las manos. –
Soy compita de un guachi que me deja
usar el baño del parqueo en donde cuida.
¡“Esta
hablando conmigo”! Así que tiré la pregunta que tenía en mi cabeza desde el día
que lo vi.
-
¿Por qué vive en la calle? ¿En dónde está su mama?
Y
se soltó a hablar, fue como haber destapado su boca y las palabras fluían de
ella. Entre cada bocado de hamburguesa y aún con la boca llena, me contó que
desde que tiene memoria, vivía en un albergue del PANI y que nunca conoció a su
mamá. Ahí le daban de comer, le enseñaron a ir al baño, a pintar y a jugar con
plasticina. Fue creciendo dentro de las paredes de madera del albergue,
durmiendo en un cuarto grande junto con muchos niños más. Hasta que él mismo
decidió que ya no era un niño y escapó. Eso fue cuando tenía 11 y desde
entonces ha vivido en las calles.
-
Yo no soy tonto, en ese lugar llegué hasta cuarto grado. Pero di, ya sabía
que nadie me iba a adoptar. Nadie quiere a un niño grande. Mejor vivir en la
calle, donde nadie me jode ni me dice que hacer.
Terminamos
de comer en silencio y nos despedimos con la mano. Pero sus palabras quedaron
en mi mente. “Nadie quiere a un niño grande”, así que apenas regresé al trabajo
después de la hora de almuerzo, y en lugar de editar en photoshop las fotos que había tomado en la mañana, dediqué mi tarde
a googlear sobre las adopciones, qué
está haciendo el PANI al respecto, qué sucede con estos niños, ¿quiénes adoptan?
y en esas fue como me enteré que Daniel era lo que el PANI considera un niño
institucionalizado. Niños que fueron declarados en abandono por algún juez
familiar, candidatos a una adopción, pero que alcanzaron la edad escolar sin
que nadie llegara por ellos. En otro enlace decía que en el 2012, los albergues
del PANI contaban con 498 niños y niñas que ya se encontraban en seguimiento
psicosocial de adopción. Esto quiere decir, listos para tener un papá y una
mamá nuevos. Sin embargo, solamente 55
tuvieron una nueva familia y de estos 55, todos tenían menos de cinco años.
A
la mañana siguiente, hice lo que siempre hago para mis tareas, llamé al PANI a
pedir información.
-
Buenas, soy estudiante de periodismo y quería averiguar información
sobre las adopciones. Es para un trabajo de la Universidad.
-
Ya la comunico
Hablé
cinco minutos con Rocío Amador, del Consejo Nacional de Adopción y me dijo que
en el PANI se trata de darle a los niños y niñas el derecho a una familia, pero
el proceso de adopción es engorroso, son alrededor de 20 diferentes formularios
y certificaciones que los adoptantes deben presentar, además de diversos
análisis sicológicos, aprobación de un juez y la revisión profunda del caso de
cada pareja que quiera adoptar un niño. El mayor problema está en que las
parejas no quieren adoptar niños grandes, después de los cuatro años, solo bebés.
En los albergues del PANI y de las ONG albergan más de 2500 niños y alrededor
de 1800 ya superan los cuatro años.
Ese
día esperé a Daniel en el parque, para nuestro ya rutinario almuerzo, pero no
llegó.
No
me considero una persona sentimental, y no sé si es ya porque estamos
acostumbrados a ver indigentes y niños en la calle, que no me detengo a pensar
sobre ellos. Pero Daniel y su historia me hicieron reflexionar y ahí sentada en
el banco, terminando de fumar, recordé sobre lo que le sucedió a una amiga de
la familia y me di cuenta de que el proceso de adopción no es solamente engorroso, sino que muchas
parejas topan con pared en el proceso. Muchas son rechazadas por excusas que
consideran sin sentido.
Hace
tres años estaba en el patio de mi casa en la fiesta de cumpleaños de mi papá y
Yuliana Montero y Bernardo Quesada, amigos de él, me contaron su frustración a
la hora de querer adoptar a un niño. Ellos ya cuentan con dos hijos propios,
pero aun así quisieron adoptar, solo por
el hecho de contribuir y cambiarle la vida a una sola persona. Estuvieron bajo estudio por dos años. Entregaron
infinidad de papeles, realizaron pruebas sicológicas, se entrevistaron con
trabajadoras sociales hasta que una les dio la noticia. Su caso sería rechazado
ya que era sospechoso que una pareja que no tuviera problemas para procrear
hijos propios y que ambos tuvieran buena posición económica, quisieran adoptar
un niño.
-
¿Será que acaso hay que se pobre, no tener trabajo y ser de reputación
dudosa para poder adoptar? – Me dijo en ese momento Yuliana, aún con la
decepción fresca.
Pasó
una semana y Daniel no se aparecía por el parque. Creo que estaba un poco
obsesionada. A veces salía con excusa de ir a comprar algo para ver si lo veía
en diferentes horas, pero había desaparecido. Así que dedicaba un considerable
tiempo leyendo sobre niños en abandono y adopciones. Frente a esos 55 niños que
se adoptaron en el 2012, había 535 familias que estaban en estudio de adopción.
Esto quiere decir que 480 parejas se fueron con las manos vacías. 480 niños y
niñas que hubieran dejado de ser niños institucionalizados y hoy estarían en un
hogar y no en un albergue o peor aún,
como Daniel, que después de tanto esperar por unos papás que nunca se lo
llevaron, terminó en la calle
Pero
en una tarde cualquiera, lo vi. Estaba lloviendo y ya casi era de noche. Ese día
me quedé más de las cinco revelando fotos y cuando estaba cerrando el estudio
me tocaron el hombro con un dedo.
-
Hola, ¿me regala un cigarro?
-
Apareció
así como si nada, como si no le importara el que yo llevara días preocupada por
él. No debe de estar acostumbrado a que alguien lo haga.
Dudé,
¡Cómo le voy a dar un cigarro a un niño! Y de nuevo me sacudí a mi misma.
“Peores cosas debe de haber consumido Daniel”. Le di dos, se guardó uno y se
alejó con las manos metidas en los bolsillos y se despidió desde lejos, solo
con la mano, sin voltear. Al día siguiente lo esperé en el mismo banco del
parque, pero Daniel no llegó a almorzar.
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